jueves, 30 de julio de 2009

La distancia que fomenta la tecnología con nuestro mundo

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Vivimos en un mundo de constante progreso. Que vive a un ritmo acelerado, acorde a los nuevos tiempos. Son años prolíferos en tecnología, donde abundan los avances de todo tipo: medicina, química, biología, ingeniería. Hasta comunicarse en tiempo real con alguien de la china es posible. Nuestro entorno no cesa en su búsqueda infinita de creación. Pareciera que el orbe en que habitamos, avanzara a otra velocidad; una que inconscientemente adoptamos como propia. Así, pareciera que nos engranamos de por sí a la vorágine actual, pero es correcto decir también que el motor de esa dinámica somos nosotros: los seres humanos. Porque una verdad indesmentible es que nosotros necesitamos a nuestro mundo, y éste nos necesita a nosotros. Es una relación de reciprocidad constante que día a día debemos ir cultivando.

Entendamos como mundo a todo lo que nos rodea: plantas, animales, seres humanos. La naturaleza en sí. Sin ella no seríamos lo que somos, no estaríamos donde estamos, y sin nosotros no lograría ese avanzar constante. Es de esta forma como se ha conseguido un progreso incalculable. Donde vemos satisfechas todas nuestras necesidades. Una de las características esenciales del hombre, como diría Ortega y Gasset, consiste en producir lo que no está ahí en la naturaleza. El hombre hace fuego cuando no hay fuego, hace un edificio cuando no está en el paisaje, fabrica un automóvil para suprimir espacio y tiempo.[1] De manera que lo que no tenemos en nuestra inmediatez, somos capaces de reproducirlo. A diferencia con el animal que sólo se conforma con lo que le da este mundo, nosotros si no tenemos lo que deseamos en nuestro alrededor, somos capaces de inventar cosas que cumplan el mismo rol. Esto, sin dudas, una virtud netamente humana.

De este modo, en este constante avanzar de nuestra especie, hemos hecho millones de inventos para suscribirlos a nuestro servicio. Pero en el siglo XX y, de sobre manera en el siglo XXI, todo ha quedado en mano de nuestras creaciones. Una época en donde las máquinas mandan y un gran número de cosas es manejado por ellas. No hay nada hoy en día que podamos decir fehacientemente que está ajeno a su intervención. Si hasta para el simple acto de caminar ya existen zapatillas que nos indican nuestro pulso y ritmo cardiaco. Si vamos más allá aún, nos daremos cuenta de que, si nos imagináramos un mundo sin tecnología, preferiríamos simplemente despertar de este mal sueño. Pareciera que, cada vez más, dependemos de nuestras creaciones, y peor aún: de a poco, estos inventos, que fueron hechos por y para nosotros, nos han ido alejando de lo que nos rodea, de nuestra naturaleza.

Paradójico es que, en un principio, se formaron cosas para acercarnos con nuestro mundo, invenciones que fueron hechas con la intención de acortar distancias; como es el caso de los medios de transporte, también otras para comunicarnos donde sea que estuviéremos, los medios de comunicación. Pero vemos que estos mismos elementos han sido los causales de que nos hayamos alejado de nuestro medio. Esto, sin lugar a dudas, se ha transformado en el mal de nuestros tiempos. Donde las antiguas formas sociales y de familia, se han ido perdiendo. Ya no compartimos como antes. Se han perdido progresivamente las tertulias, los almuerzos dominicales en familia, esas charlas íntimas con nuestros más cercanos.

Es común ver a las nuevas generaciones relacionarse más con el computador que con su alrededor. Pueden pasar horas y horas frente a este aparato, sin sentir el más mínimo deseo de relacionarse con sus pares. Ellos integran a este artefacto como una parte fundamental en sus vidas. Es el intermediario que tienen para comunicarse con el mundo, su canal de comunicación. Algún defensor de estas tecnologías podrá decir que son más las ventajas que las desventajas, y no dejaría de tener razón. Es indudable que estas invenciones constituyen un progreso en el mundo actual, sin ir más lejos tenemos el internet. Esta herramienta supone una apertura al mundo nunca antes vista. Supone un mundo de distancias más cortas, sin fronteras: globalización en su sentido más fiel. Pero supone también una naturaleza más individual, solitaria y ensimismada.

Por eso, se puede decir que estamos viviendo una época de mucho individualismo en la que, claro está, la tecnología no ha sido de gran ayuda. Se podrá decir que el desarrollo de esta última ha sido en pro del ser humano, y no pueden estar en lo más cierto. Como expuse previamente, toda creación del ser humano nace en respuesta a la necesidad de reproducir lo que no tenemos en la inmediatez, pero es esta misma capacidad humana la que nos aleja de lo más nutritivo que tenemos: nuestra relación con el prójimo. Si bien los medios de comunicación nacieron para abarcar esta necesidad, también nos han ido apartando de la vinculación real con los demás; lo que se da en estos momentos son sólo acercamientos virtuales.

Nadie pareciera estar dispuesto a renunciar a la comodidad que brindan estos servicios que, a base de un par de maniobras, nos facilitan comunicarnos a lugares tan remotos que ni siquiera podríamos imaginar. Ya no es necesario trasladarse kilómetros para hablar con alguien, o viajar días para una reunión importante. Está todo ahí, cerca, al alcance de la mano. Se nos simplifica gran parte de nuestra vida, nos brinda comodidad, pero sin darse cuenta el problema que esto acarrea: una existencia egoísta. Por que como dice Durkheim vivir de esta manera es antinatural.[2]

Él explica que: “La sociedad está fuera de nosotros y nos envuelve, pero a la vez está entre nosotros. Entre la sociedad y nosotros existen lazos estrechos y fuertes” (2005:38). No podemos considerarnos seres plenos, completos, si dejamos de lado a nuestro entorno. Nuestra naturaleza es la que nos configura como entes racionales, y a su vez sin nosotros no podría existir. “La sociedad es constitutiva de sus miembros, aunque sin individuos, ninguna sociedad puede existir” (2005:38). Entonces, en un mundo como hoy plagado de individualismo, difícilmente podemos hacer de ésta, una sociedad mejor. Donde se acrecienta el desarraigo a la tierra que nos rodea.

Este individualismo, como vimos, nos aleja paulatinamente de nuestra naturaleza, y progresivamente nos hace perder interés por el medio que nos rodea. Alexis de Tocqueville, en su obra La Democracia en América, lo expone con certeza. Según él, en una democracia sin asociaciones, no tenemos un organismo cercano que nos represente ante el Estado. Esto favorecerá a que el hombre sólo se concentre en sus intereses. Verá de una manera distante lo que sucede con su entorno. De esta forma, al individuo ya no le interesan los problemas de su sociedad, sólo se concentra en sus asuntos. Pasa a ser una persona con anhelos bajos. Lo que fomentará su egoísmo personal [3].

Algo similar sucede con el hombre del Siglo XXI. Él, a través de la tecnología, cada vez se desentiende más de su mundo. Entonces, ya no es la falta de asociacionismo el catalizador de esta individualidad, sino la constante devoción por las máquinas. Que pareciera gatillar la individualidad de cada uno de nosotros. La persona ya no se desenvuelve en su entorno, sólo vive para sí mismo. Y nada hacemos frente a esto. Esta misma maquinaria nos engaña, haciéndonos creer que nos conecta con nuestra naturaleza. Pero solamente, de una manera lenta, nos va distanciando de todo nexo con nuestra realidad, cayendo, así, en una realidad virtual que crece a pasos agigantados.

Debiéramos ser capaces de cambiar esto. De la misma manera en que formamos a la creatura, deberíamos ser capaces de dominarla. La gran diferencia que reside en nosotros, es la capacidad de adaptar el mundo a nuestra voluntad. No nos conformamos, como los animales, con lo que el medio nos ofrece. [4]Y es en esta virtud en la que el hombre debiera confiar, y recuperar de una vez por todas las antiguas formas de socialización. Donde hablemos mirando a los ojos, nos estrechemos las manos, conversemos de tú a tú, y seamos capaces de despedirnos con un abrazo. Y no que nos observemos en un monitor de 15 pulgadas, expresándonos a través de un teclado y, por si fuera poco, tratar de cambiar el mundo desde las cuatro paredes de mi dormitorio. Porque si de estar solos se tratara, lo mejor sería que viviéramos cada uno en una burbuja; llena de comodidades, y repleta de ambiciones superfluas. Así, tal vez, saciaríamos nuestra gama de intereses y experimentaríamos algo parecido a la felicidad. Digo algo similar porque esto último, se encuentra afuera, en el exterior: en nuestro mundo.



[1] Ortega y Gasset, José. 1939. “Primera escaramuza con el tema”. Meditación de la técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía. Buenos Aires. Revista de Occidente en Alianza Editorial. Pág. 25.

[2] Girola, Lidia. 2005. “Anomia, moral y orden”. Anomia e Individualismo: Del diagnóstico de la modernidad de Durkheim al pensamiento contemporáneo. Madrid. Editorial Anthropos. Pág. 38.

[3] De Tocqueville, Alexis. 1840. “Los efectos políticos de la descentralización administrativa de los Estados Unidos”. La democracia en América. México. Fondo de Cultura Económica. Pág. 102.

[4] Ortega y Gasset, José. 1939. “El estar y el bienestar. La necesidad de la embriaguez, lo superfluo como necesario. Relatividad de la Técnica.”. Meditación de la técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía. Buenos Aires. Revista de Occidente en Alianza Editorial. Pág. 31.

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